
La maravilla de estos tiempos que vivimos es que todas las personas, pulsando las teclas adecuadas, pueden acceder a un lugar de visibilidad máxima y, en consecuencia, de poder. El dinero que puede venir como consecuencia es secundario, lo que verdaderamente importa es la capacidad de influir en la sociedad. Este es el valor más grande que una persona dedicada al comercio puede alcanzar. Los años me han enseñado una cosa que creo es importante compartir contigo: nada te hará más atractivo en el mercado como la capacidad de comunicar tu experiencia de un modo directo y claro. Esto no es un espacio para falsas modestias. De lo que se trata es de cultivad poderes personales para ponerlos al servicio de los demás a través de medios electrónicos consistentes y efectivos.
Recuerdo la frase que solía decir un profesor mío de hace muchos años, cuando estudiaba el doctorado: “somos lo que escribimos”. Es decir, somos lo que comunicamos. La vida no está hecha de intenciones sino de actos, actos que se alinean en virtud de una voluntad de generar sistema. La energía y la inteligencia de poco sirven si es que no se sabe qué hacer con ellas, qué comunicar con ellas, cómo interactuar con los demás y con la realidad. Esta es la verdad de la que poco se habla: dependemos de la conciencia de interacción para ser plenamente efectivos.
Afortunadamente para nosotros, dichas interacciones globales están al alcance de un click. Estoy seguro que esto no se ha dimensionado bien, que nos hemos acostumbrado pronto al salto enorme que representó la llegada de internet, tan pronto que lo volvimos parte de nuestra vida sin llegar siquiera a comprender su poder. Muchos negocios, grandes y pequeños por igual, subutilizan sus redes virtuales, conformándose con la implementación de estrategias del marketing offline; esto es tan absurdo como querer utilizar una tablet como tabla de picar porque simplemente no conocemos su funcionamiento.
El llamado es a salir a colonizar espacios día a día. No pensemos en objetivos definitivos sino en estrategias particulares vinculadas por un fin común: la difusión de nuestra marca. Somos ante todo comunicadores de una manera particular de ver el mundo. Somos antes que nada mensajeros de una vocación propia y nuestra más elevada obligación es respetar ese poder personal. Sería absurdo pensar que nuestro objetivo es el lucro en sí mismo; es verdad, es fundamental para que nuestro negocio funcione, pero nuestra meta última es la de producir un impacto en el mundo en el que vivimos. Si no pensamos de este modo, entonces ¿para qué levantarnos de la cama por las mañanas? La vida no es un accidente, es una misión que debemos asumir obsesiva y gozosamente, sin complejos y sin renuncias. Vivir es arder hasta el final. En esto creo.