
A la primera hora del día, apenas abrir los ojos, piensa en ella. Es tu fuente de vida y de certeza. No caminarás sobre pasos firmes si no vas de la mano de la calavera.
Ama la muerte en tus pensamientos y en tu cuerpo, que día a día decae. Mira tu rostro en el espejo, ya no es el mismo. Mira una foto de hace diez años y verás la diferencia. Tú y yo y todos nos vamos borrando.
Si vivimos es porque vamos a morir. Si la muerte no existiera, los hechos cotidianos se volverían absolutamente intrascendente; si esto que voy escribiendo tiene alguna importancia, por mínima que sea, es porque un día estas palabras seguirán aquí, firmes y claras como en este momento que las estoy escribiendo, aunque yo ya no me encuentre entre la legión de los vivos.
Creo que la mentalidad de un empresario en solitario debe asumir esta verdad existencial. Somos constructores, somos creadores y, por tanto, vamos dejando huellas en este mundo que un día abandonaremos; esta noción debería animarnos a trabajar sin descanso y, además, hacerlo con una enorme alegría. Vivir a plenitud es vivir sabiendo que somos efímeros.
Contemplo la literatura empresarial y no encuentro por ninguna parte esta vena filosófica tan necesaria para el mundo de los negocios y para el mundo de la vida. Somos hacedores y nuestras posibilidades para mover ficha son siempre limitadas. Ahora mismo que lees esto te convendría hacerte esta pregunta sencilla pero fundamental: “¿qué estoy haciendo para crear un legado?” Este concepto es fundamental: legado. Se trata de una idea trascendente. Por ejemplo, a mí me interesa sobre todo la educación, la formación de otras personas. Deseo que ese sea mi legado y para conseguirlo busco colonizar todos los medios disponibles a mi alcance. No me preocupa más. No me obsesiono con resultados sino con procesos. Como diría mi madre: “Dios dirá”. Que nuestro compromiso no sea otro que el trabajo de la jornada, la pasión definitiva de quien dignamente se sabe poseedor de un talento único e intransferible. Eso basta.
Si yo tuviera empleados a mi disposición los invitaría todos los días, antes de empezar a trabajar, a pensar en la muerte, pero pensar de veras, vivirla, sentirla, conocerla y respetarla con agradecimiento. Es un ejercicio que bien puede ser una auténtica inyección de potencia creativa. Cuando las plantas son sometidas a un estrés asfixiante lo que hacen es florecer. El agobio de la extinción nos fuerza a dar nuestros mejores y más dulces frutos.
Entonces, si lo pensamos bien, amar la muerte es la única forma de amar la vida, de amarla de veras, intensamente, hasta la raíz; y lo que es más importante, amarla para que este amor dé frutos poderosos que nos permitan dejar una huella memorable. Somos empresarios en solitario, está bien, pero nuestro poder es enorme si somos conscientes de nuestra fugacidad. Sin esta noción filosófica, todo emprendimiento es algo meramente formal, vacío, sin aspiración alguna a la trascendencia. Si cometemos este pecado, muy justamente ganaremos el olvido como castigo.