
Sin un plan de vida no se puede ir a ninguna parte. Uno puede vivir, evidentemente, como millones y millones de personas lo hacen todos los días, pero no se va a ninguna parte. Quienes renuncian a un plan de vida están condenados a permanecer siempre en las manos de un destino que juega con ellos como el viento lo hace con la basura. Son seres inconscientes. Su vida es habitar un cuadro de rutinas de sobrevivencia en las que su voluntad juega un papel muy menor. Esta clase de personas se aproximan a las bestias, que son siempre la misma cosa sin preocuparse por el futuro. Un hombre sin futuro es alguien que no ha aprendido a mirar.
Tener un plan de vida comienza, pues, en la toma de conciencia. Saber que somos únicos y con poder en las manos; esto es como descubrir el fuego de la existencia porque supone comprender que el mundo no es algo dado sino algo por hacer con la participación de todos. Tú y yo somos agentes libres y podemos hoy hacer ahora mismo algo que ni siquiera se nos había ocurrido por la mañana al despertar. Somos seres libérrimos y esta es la noticia más dulce que vayas a recibir en tu vida.
Pero tomar conciencia no es suficiente. Además es necesario actuar, lo sabemos, pero antes debemos analizar nuestras condiciones; es decir, revisar con mirada racional nuestro entorno vital. ¿Qué somos? ¿Qué tenemos? ¿Hacia dónde nos movemos? Estas preguntas son un buen punto de partida. Sin esta evaluación es imposible conocer nuestra realidad profunda; yo siempre insistiré en la importancia de los datos porque es muy común que evadamos confrontarnos con nosotros mismos y creamos que nuestra realidad no es sino nuestros deseos. Este es un error fatal que no hace sino perpetuar el dolor y postergar indefinidamente toda transformación.
Yo he desarrollado un modelo de coaching (CIT) denominado “Coaching Integrativo Transformacional”. Es un proceso de acompañamiento eminentemente existencial cuyo objetivo es la toma de conciencia y la acción dirigida hacia objetivos bien determinados por la persona envuelta en un proceso de mejora. Este modelo posee cuatro áreas que explico de manera breve a continuación:
Espiritual: se trata del núcleo esencial de la persona. Ahí encontramos los saberes profundos, las creencias más arraigadas, las visiones personales de nosotros mismos y la realidad: es el mundo de la imaginación. Aquí es donde nace la voluntad, la potencia necesaria para abrirnos pasos en la vida. Toda toma de conciencia debe nacer de esa visión autorreflexiva del que se asoma a sí mismo como al fondo de un pozo para tratar de reconocer su verdadero rostro.
Corporal: es el soma, es decir, el cuerpo todo como suma de lo que somos en cuanto materia. Conocer nuestra salud es conocernos; cuidarnos, movernos, ejercitarnos, habitar la carne que somos, esto es tomar conciencia del cuerpo. Si vivimos como si el cuerpo no existiera o, peor aún, si nos convertimos en nuestros propios torturadores, muy mal está la cosa.
Material: se trata de lo material externo, el mundo creado y en creación, todo lo que nos rodea. No podemos vivir por fuera de este marco al que perteneceremos hasta el día de nuestra muerte. Vivir sin prestar atención al mundo es condenarnos a pagar las consecuencias de dicho olvido; vivo rodeado de personas que se quejan constantemente de su situación financiera, es decir, material, pero que no hacen absolutamente nada para que el escenario cambie. Lejos de ser una excepción, esto parece ser la regla; yo le llamo la “condición del ángel” y consiste en vivir la vida como si no tuviéramos vela en el entierro en esto que llamamos mundo. Esto solo nos condena a pasar sufrimientos innecesarios, a padecer pobreza, olvido e ignorancia.
Comunidad: finalmente, el ser plenamente consciente es un ser para la vida. Nadie se cumple a sí mismo. Todos necesitamos de los demás para conseguir nuestras metas individuales. Somos seres gregarios y nuestra relación con el grupo humano es para siempre. Todo individualismo ha de estar supeditado a esta verdad de nuestra especie; desconfío enormemente de aquellos “robinsones” que dicen despreciar el mundo de los hombres. No son sino niños muertos de miedo que no supieron nunca alcanzar el estado de adultez. Sus heridas son profundas y acaso incurables.
Estas pocas palabras son un plan de vida. No se necesita más que esto, saber esto para construir un sistema cotidiano de mejora constante en el apasionante mundo del management personal. Cada persona que toma conciencia de la necesidad de convertirse en un sistema a gestionar es una extraordinaria noticia para el mundo todo.
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