
Ahora bien, si has decidido tomar el toro por los cuernos y utilizar el tiempo que tendrás en este mundo de una mejor manera, resulta imprescindible evitar errores que condenarán todo esfuerzo personal al fracaso. De entrada hay que decir que se trata de un trabajo arduo, pausado y que reclama mucho esfuerzo y paciencia. Vamos a ello.
- Fatalismo: esto supone creer que las cosas deben suceder de un modo y no de otro. Expresiones como “así lo quiso Dios” suponen que hay una suerte de guion de nuestra vida que no podemos alterar de ningún modo. Es la vieja idea del destino escrito en algún libro que nadie ha visto nunca y cuyo autor desconocemos. Además, el fatalista supone que eso que debe ocurrir necesariamente ha de ser malo; se trata de espíritus trágicos que buscan prepararse mentalmente para enfrentar lo que la vida ponga de amargo frente a sus narices. Para nadie es un secreto que el vivir supone riesgos y sinsabores, de tal manera que el pensamiento trágico puede ser un mecanismo de prevención o de amortiguamiento del daño.
- Impaciencia: esto es claramente un problema de las generaciones más recientes. Tienen enormes talentos, grandes habilidades e ideas sumamente creativas, pero una gran parte de ellos parecen no entender que las cosas que merecen la pena toman su tiempo. Claro, esto es un asunto epocal más que generacional, así que todos de algún modo podemos incurrir en el “pecado” de la impaciencia. Una característica de los impacientes es que suelen renunciar siempre después del primer fracaso, como si no hubiera nuevas oportunidades, desdeñando las enseñanzas poderosas que nos dejan a todos las caídas. El impaciente suele tener una incapacidad natural para aprender del acontecimiento que ha vivido. Apenas sufre un contratiempo, abandona todo proyecto y se llena de entusiasmo para iniciar algo nuevo, algo en lo que dice creer como en nada más y que supone lo ha de llevar al éxito más absoluto en tres días. Esta es su tragedia.
- Emotividad: “Sigue tu pasión”, dicen algunos. Es un consejo fatal. La fama que tienen las emociones en nuestro tiempo es causante de no pocos dolores. Depender del ánimo es una pésima estrategia que nos vuelve esclavos de fuerzas que escapan de nuestra voluntad; al ser guiados por los estados de ánimo, dejamos de lado toda autonomía y reducimos nuestra capacidad de acción. La verdad es que es la disciplina, una palabra que muchos detestan, la herramienta más poderosa con la que contamos para diseñar nuestra vida. Haz lo que debas hacer porque debes hacerlo, no porque tengas ganas de hacerlo. Vivir al cobijo de las emociones nos animaliza, nos vincula a los instintos y nos roba señorío sobre nuestra propia existencia.
- Irrealismo: este mundo nuestro está poblado de adultos que siguen atrapados en el pensamiento mágico de su infancia. Suelen confundir la realidad y el deseo, carecen de autocrítica y no aceptan evidencia alguna contraria a sus caprichos; se trata de seres imprudentes y arrogantes que no están dispuestos a ceder un milímetro en la defensa de sus fantasías. Viven en la negación misma de la realidad. Han creado un paraíso mental para después habitarlo, aunque esto suponga, como es natural, hacer de su vida cotidiana, material y concreta un verdadero infierno.
- Confusión: finalmente, creo que el estado mental reinante de quien no es capaz de plantearse un diseño de vida sensible y prudente es la confusión. Se trata de un estado mental caracterizado por la vacilación, la duda constante y la fantasía. El confundido es alguien que no sabe lo que quiere, no se conoce a sí mismo, es incapaz de conocer el mapa de la realidad que lo rodea. No tiene un rumbo para sus pasos y no le interesa tenerlo; vive rodeado de fantasmas y miedos. Es paranoide y no puede ejercer la más importante de las críticas, la que uno debe hacer cotidianamente de sí mismo.
En fin, es solo una invitación para que pienses en dos cosas: la importancia de una vida diseñada o planificada y, por otro lado, las trampas que comúnmente nos tiende la mente cuando iniciamos ese proceso. Todos cometemos errores, todos cometemos errores muchas veces, pero siempre podemos levantarnos a intentarlo de nuevo y creo, estoy convencido de que ahí radica la verdadera grandeza humana.